¿ Y sobre la música, Bioy?

"Cada vez que pongo discos que me gustan, Brahms, Gluck, algunas cosas de Beethoven, siento que tendría que estar siempre oyendo música, pero lo cierto es que después no vuelvo a oírla"







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historia de amor .Cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro

Garro y Bioy Casares en Nueva York, años 50


A lo largo de dos décadas, de 1949 a 1969, el escritor argentino Adolfo Bioy Casares mantuvo una correspondencia amorosa con la escritora mexicana Elena Garro.

Hasta hace muy poco, el romance entre Bioy y Garro era un pasaje relativamente desconocido de la vida de ambos, apenas esbozado por ella en los apuntes para el libro Los protagonistas de la literatura americana, de Emmanuel Carballo. Durante buena parte del tiempo que duró la correspondencia, ambos eran casados: ella, con el poeta Octavio Paz; él, con la poetisa Silvina Ocampo. Por parte de Bioy, lo más que llegó a saberse es que él y Garro formaban parte de un grupo de amigos.

La naturaleza precisa de la relación salió a la luz en septiembre pasado, cuando la Universidad de Princeton abrió al público el archivo de Garro, adquirido unos meses antes. Se trata de cinco cajas de documentos, en las que hay manuscritos originales y una abundante correspondencia, entre otros papeles.

Aparte de las noventa y una cartas, trece telegramas y tres tarjetas postales que Garro recibió de Bioy, el archivo incluye correspondencia de una infinidad de personajes renombrados: José Bianco, Julio Bracho, Luis Buñuel, Emilio Carballido, Régis Debray, José María Fernández Unsain, Adolfo López Mateos, Carlos A. Madrazo, François Mauriac, Victoria Ocampo, Javier Rojo Gómez, Bernardo Sepúlveda Amor, Guillermo Soberón Acevedo...

Pero la de Bioy es la más abundante: ocupa tres fólders.

Largas son la mayoría de la cartas que el cuentista y novelista argentino escribió a Elena Garro. Largas, de renglones apretados, con letra a veces ininteligible, hinchadas de nostalgia, adulación obsesiva, angustia, autodenigración y desesperanza.

En una entrevista reciente que concedió a Lucía Melgar, profesora de literatura de Princeton, que está trabajando en una biografía de Elena Garro, la escritora contó que tuvo tres series de encuentros con Bioy. Dos en Europa, en 1949 y 1951, y una en Nueva York, en 1956. Cuando se conocieron, en 1949, en París, Garro tenía veintinueve años, y Bioy, treinta y cinco.

Pese a la abundancia de cartas que documentan la relación entre Bioy y Garro, la colección de correspondencia está incompleta. Peter Johnson, responsable de la sección latinoamericana de la biblioteca de Princeton y encargado de adquirir el archivo de Garro, comentó en una entrevista que muchos de los documentos que conservaba la escritora se extraviaron en sus mudanzas trasatlánticas.

Además, las cartas que Garro escribió a Bioy no están en la colección.

-¿Qué pasó con esas cartas? -se preguntó a Johnson.

-No lo sé.
-¿Las tiene Bioy?

-La verdad es que él ha sido muy ambiguo al respecto.

Pasión y literatura

No todas las cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro son de amor. En algunas de ellas se habla del papel que la novelista y dramaturga desempeñó, junto a Octavio Paz, como agente literaria de Bioy en Francia.

En octubre de 1951, Bioy envió, desde Montevideo, una autorización a Octavio Paz para que encargara la traducción al francés de La invención de Morel, su novela más célebre, escrita en 1940.

Concluida la traducción de la novela en noviembre de 1951, Bioy escribió a Elena Garro, desde Buenos Aires:

"Estoy conmovido con el trabajo que te tomas con La invención. Leído en francés, me hace creer que es un buen libro, en cambio tú, al ir paso a paso con la traducción, descubrirás todas mis limitaciones".

Expresiones como ésa, de aparente falta de seguridad en sí mismo, abundan en las cartas del escritor, que fue galardonado en 1990 con el Premio Cervantes, la máxima distinción en las letras hispanas. En general, el tono de la correspondencia es depresivo.

Una carta fechada el 5 de noviembre de 1951 empieza así:

"Mi querida: Tuve que hacer un viajecito a Montevideo. Éste fue muy rápido: tres días en total. A mi vuelta me encontré con tus cartas del 26 y 27 de octubre: las más cariñosas que me has mandado desde hace tiempo. Tal vez te di lástima con mi tristeza. Si me hubieras visto en estos tres días del viaje te hubieras apiadado aún más o, basta de tonterías, me hubieras dado el olivo, como decimos aquí (me hubieras abandonado). No te puedo decir qué desolado me parecía todo: viajar en avión, llegar a un cuarto (color pardo) del Nogaró, almorzar y comer, conversar con los maîtres, los mozos, las consignas de siempre. «¿Para qué estoy haciendo esto?», me decía".

Las cartas de Bioy persiguieron a Elena Garro por todo el mundo: Francia, Japón, México, Suiza, Austria... Bioy parece incluso haber asediado a su correspondiente. Entre agosto y octubre de 1951, le envió una veintena de cartas.

"Perdóname que esté escribiéndote de nuevo -redactó, el 8 de septiembre de ese año-, quisiera darte un respiro, pero tengo tanta necesidad de ti que si no toleras estos monólogos voy a morir de angustia".

Cuatro días después, envió otra carta:

"Helena adorada: No te asustes de que te quiera tanto. Tú me dijiste que lloraría por ti. Solamente te equivocaste, en una carta, en la que me reprochabas mis lágrimas fáciles. Tal vez si pudiera dar un buen llanto mejoraría-pero no, eso me está negado. Debo seguir con esta pena y con los ojos secos."

Unas semanas antes, poco después de embarcarse de regreso a América, luego del segundo encuentro con Elena Garro, Bioy envió otra carta a Víctor Hugo 199, el domicilio parisiense de la familia Paz Garro. En su equipaje llevaba dos recuerdos: un zapato y el pasaporte de Elena. (Después, Garro le pediría que le devolviera el pasaporte).

"Mi querida -escribió Bioy-, aquí estoy recorriendo desorientado las tristes galerías del barco y no volví a Víctor Hugo. Sin embargo, te quiero más que a nadie... Desconsolado canto, fuera de tono, Juan Charrasqueado (pensando que no merezco esa letra, que no soy buen gallo, ni siquiera parrandero y jugador) y visito de vez en vez tu fotografía y tu firma en el pasaporte. Extraño las tardes de Víctor Hugo, el té de las seis y con adoración a Helena. Has poblado tanto mi vida en estos tiempos que si cierro los ojos y no pienso en nada aparecen tu imagen y tu voz. Ayer, cuando me dormía, así te vi y te oí de pronto: desperté sobresaltado y quedé muy acongojado, pensando en ti con mucha ternura y también en mí y en cómo vamos perdiendo todo.

"Te digo esto y en seguida me asusto: en los últimos días estuviste no solamente muy tierna conmigo sino también benévola e indulgente, pero no debo irritarte con melancolía; de todos modos cuando abra el sobre de tu carta (espero, por favor que me escribas) temblaré un poco. Ojalá que no me escribas diciéndome que todo se acabó y que es inútil seguir la correspondencia... Tú sabes que hay muchas cosas que no hicimos y que nos gustaría hacer juntos. Además, recuerda lo bien que nos entendemos cuando estamos juntos... recuerda cómo nos hemos divertido, cómo nos queremos. Y si a veces me pongo un poco sentimental, no te enojes demasiado...

"Me gustaría ser más inteligente o más certero, escribirte cartas maravillosas. Debo resignarme a conjugar el verbo amar, a repetir por milésima vez que nunca quise a nadie como te quiero a ti, que te admiro, que te respeto, que me gustas, que me diviertes, que me emocionas, que te adoro. Que el mundo sin ti, que ahora me toca, me deprime y que sería muy desdichado de no encontrarnos en el futuro. Te beso, mi amor, te pido perdón por mis necedades".

El 17 de octubre de 1951, desde Montevideo, le volvió a escribir: "Mi querida: Discúlpame que te haga leer las noticias de siempre: que te extraño, que estoy desolado...

"¿Pasarán años sin que nos veamos?

" Tú tienes a la Chatita [la hija de Elena Garro], a Octavio, a tus padres, a Deva, a Estrellita. Para mí, Helena es la persona que más quiero en el mundo, el centro de mi vida. Ves, no me corrijo..."

Consejos de señor juicioso  

A juzgar por el contenido de la correspondencia, Adolfo Bioy Casares pudo haber tenido peso en la decisión de Elena Garro de dedicarse a la literatura.

"Debes escribir -recomendó Bioy, en una de las primeras cartas que le envió, fechada en Buenos Aires, el 25 de julio de 1949-. Que los escritores te hayamos aburrido es una fortuita circunstancia de tu biografía y sólo tiene importancia para ti; que escribas tiene importancia para todos. En esta correspondencia entre nosotros se ve de qué lado está el escritor; lo es de éste. ¿Ves Helena? Pongo el énfasis en este consejo de señor juicioso (¡si pudiera convencerte!)".

Dos años después, Bioy escribió a Garro desde la Argentina para decirle que un productor de teatro estaba "estudiando, muy interesado" una de las obras de la mexicana.

Pero, en las cartas, Bioy casi siempre se refiere a la literatura para hablar de lo que no ha podido escribir o de lo malo que le parece lo que ha escrito:

"He interrumpido la redacción de una novela (valía poco)", anunció, por ejemplo, en una carta fechada el 7 de enero de 1950.

Y las referencias a los proyectos literarios están sepultadas entre innumerables lamentaciones de lo que no pudo ser:

"Como era de temer -escribió Bioy, el 2 de agosto de 1952, en la primera carta que envió a Tokio, donde Paz cumplía misión diplomática-, recaigo en la monotonía y en mi amor y te cuento que eres mágica, o que eres la única diosa que he conocido, o que te vi de atrás, con un abrigo de pelo de camello y peinada con moño y colita, en la calle Tucumán y que hube de matar a alguien para poder alcanzarte, mas que finalmente desapareciste por Esmeralda. Resuelvo escribirte, pero se van pasando los días y no hago nada; sigo con la cabeza pesada, como si tuviera una corona de hierro, sin hacer nada y con mucha tristeza y con mucho cansancio... Tengo todo muy abandonado: el cuento de 1839, la novela, unos datos biográficos que me pidió Laffont... Por cierto, todo lo que te he enumerado importa poco; pero aquí no podía hacer nada mucho mejor. Comprendo que soy apenas un fantasma... De todos modos no me olvides o por lo menos trata de no olvidar de escribirme de vez en cuando. Eres la persona que más quiero; no pasa un día sin la pena y sin las dulzuras de extrañarte...

"No puedo creer que en mi futuro no haya más Francia. ¿Para qué, ahora? Me has cambiado los planes, hasta las costumbres de la imaginación. No puedo creer que no haya más viajes a Marly; que no llegue nunca a Víctor Hugo y que no te encuentre en el Chez Francis. Empiezo a imaginar un viaje en los barcos holandeses de que algún día te hablé. Saldría de aquí en abril o mayo y desembarcaría en el Japón un mes y medio después. Qué horror si te da pereza imaginar esa llegada. Pero te juro que no voy a molestarle [tachón]. Soy tan tonto que iba a decir lo que no conviene; iba a decir: «¡Seré como una sombra a tu lado!

Yo no sé si te lo confesé, pero a mí antes me gustaban todas las mujeres (antes=antes de conocerte). Ahora las veo como si un velo se hubiera caído de mis ojos: son tontas, son feas (al cosmos le cuesta producir a una mujer linda) y son otras. Esto de que sean otras, de que ni siquiera se parezcan a ti es su más grosera e imperdonable imperfección. Además, la idea de hacer el amor con ellas me repele: qué feo, que antiestético e incómoda la postura; qué asco, qué aburrido. He descubierto la virginidad y su casi suficiente encanto...

"Yo creo que si supieras la felicidad que me traen tus cartas... me escribirías cartas muy largas. Ya sé que soy un idiota y un mal tipo; pero un idiota y un mal tipo que te adora. Vivo pensando en ti; queriéndote, extrañándote. Qué lástima haber perdido el pasaporte. ¿Recuerdas el zapato, el hermano del que tiraste en el Bois de Boulogne? Lo visito diariamente".

La última carta de la colección está fechada en Mar del Plata, el 21 de abril de 1969. Habían pasado veinte años desde la primera misiva. La carta dice:

"Helena muy querida:

"Todos los días pienso en ti y en la Chata... En los diarios de por acá hay muy pocas noticias de México. Las que puedo darte de mí son demasiado triviales. La vidita de siempre... Menos mal que este año trabajé. Escribí una novela, El compromiso de vivir, que estoy corrigiendo; una Memoria sobre la pampa y los gauchos; un cuento, "El jardín de los sueños", y ahora un segundo cuento [ilegible]: uno y otro, Dios mío, tratan de fugas. ¿Recuerdas que en el Théåtre des Champs Elysées, en el 49, la primera noche que salimos, me dijiste que sentías gran respeto por los que huían? Me gustaría compartir hoy esa convicción. En todo caso no me parece improbable que dentro de poco me convierta en fugitivo. En la fría y solitaria Mar del Plata de esta época del año, trabajo, y, mientras tanto, estás, o creo que estás feliz... En junio o julio o agosto acaso me vaya a Europa. Cómo cambiaría ese desganado viaje si en París, en Roma, en Londres... dónde tú quieras, nos encontráramos.

"Anímense.

"Un besito de Bioy".

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Publicado en edición impresa
Por Pascal Beltrán del Río
Para La Nacion - Princeton, 1997
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Cuento: Nóumeno Adolfo Bioy casares

Probablemente fue Carlota la que tuvo la idea. Lo cierto es que todos la aceptaron, aunque sin ganas. Era la hora de la siesta de un día muy caluroso, el 8 o el 9 de enero. En cuanto al año, no caben dudas: 1919. Los muchachos no sabían qué hacer y decían que en la ciudad no había un alma, porque algunos amigos ya estaban veraneando. Salcedo convino en que el Parque Japonés quedaba cerca. Agregó:
­Será cosa de ponerse el rancho e ir en fila india, buscando la sombra.

­¿Están seguros de que en el Parque Japonés funciona el Nóumeno?­preguntó Arribillaga.
Carlota dijo que sí. El Nóumeno era un cinematógrafo unipersonal, que por entonces daba que hablar, aún en las noticias de policía.

Arturo miró a Carlota. Con su vestido blanco, tenía aire de griega o de romana. "Una griega o romana muy linda", pensó.

­Vale la pena costearse­dijo Arribillaga­. Para hacernos una opinión sobre el asunto.

­Algo indispensable­dijo con sorna Amenábar.

­Yo tampoco veo la ventaja­dijo Narciso Dillon.

­Voy a andar medio justo de tiempo­ previno Arturo­. El tren sale a las cinco.

­Y si no vas, ¿qué pasa? ¿Tu campo desaparece?­preguntó Carlota.

­No pasa nada, pero me están esperando.

Aunque no fuera indispensable la fila india, tampoco era cuestión de insolarse y derretirse, de modo que avanzaron de dos en dos, por la angosta y no continua franja de sombra. Carlota y Amenábar caminaban al frente; después, Arribillaga y Salcedo; por último, Arturo y Dillon. Éste comentó:

­Qué valientes somos.

­¿Por salir con este solazo?­preguntó Arturo.

­Por ir muy tranquilos a enfrentarnos con la verdad.

­Nadie cree en el Nóumeno.

­Desde luego.

­Es de la familia de la cotorra de la buena suerte.

­Entonces, una de dos. O no creemos y ¿para qué vamos? O creemos y ¿pensaste, Arturo, en este grupo de voluntarios? La gente más contradictoria de la República. Empezando por un servidor. Nací cansado, no sé lo que se llama trabajar, si me arruino me pego un tiro y no hay domingo que no juegue hasta el último peso en las carreras.

­¿Quién no tiene contradicciones?

­Unos menos que otros. Vos y yo no vamos al Nóumeno batiendo palmas.

Arturo dijo:

­A lo mejor sospechamos que para seguir viviendo, más vale dormirse un poco para ciertas cosas. ¿Qué va a suceder cuando entre Arribillaga y vea cómo el aparato le combina su orgullo de perfecto caballero con su ambición política?

­Arribillaga sale a todo lo que da y el Nóumeno estalla ­dijo Dillon­. ¿Amenábar también tendrá contradicciones?

­No creo.

Cuando conoció a Amenábar, Arturo estudiaba trigonometría, su última materia de bachillerato, para el examen de marzo. Un pariente, profesor en el colegio Mariano Moreno, se lo recomendó. "Si te prepara un mozo Amenábar", le dijo, "no sólo aprobarás trigonometría, sabrás matemáticas". Así fue, y muy pronto entablaron una amistad que siguió después del examen, a través de esas largas conversaciones filosóficas, que en alguna época fueron tan típicas de la juventud. Por Arturo, Amenábar conoció a Carlota y después a los demás. Lo trataban como a uno de ellos, con la misma despreocupada camaradería, pero todos veían en él a una suerte de maestro, al que podían consultar sobre cualquier cosa. Por eso lo llamaban el Profe.

Comentó Dillon:

­Su idea fija es la coherencia.

­Ojalá muchos tuviéramos esa idea fija ­ contestó Arturo­. Él mismo dice que la coherencia y la lealtad son las virtudes más raras.

­Menos mal, porque si no, con la vida que uno lleva... ¿Qué sería de mí, un domingo sin turf? ¡Me pego un balazo!

­Si hay que pegarse un balazo porque la vida no tiene sentido, no queda nadie.

­¿También Carlota será contradictoria? A ella se le ocurrió el programa.

­Carlota es un caso distinto­explicó Arturo; con aparente objetividad­. Le sobra el coraje.

­Las mujeres suelen ser más corajudas que los hombres.

­Yo iba a decir que era más hombre que muchos.

Tal vez Arturo no estuviera tan alegre como parecía: Cuando hablaba de Carlota se reanimaba.

­No conozco chica más independiente­ aseguro Dillon, y agregó­: Claro que la plata ayuda.

­Ayuda. Pero Carlota era muy joven cuando quédó huérfana. Apenas mayor de edad. Pudo acobardarse, pudo buscar apoyo en alguien de la familia. Se las arregló sola.

"Y por suerte ahí va caminando con Amenábar", pensó Arturo. "Sería desagradable que tuviera al otro a su lado."

Entraron en el Parque Japonés. Arturo advirtió con cierto alivio que nadie se apuraba por llegar al Nóumeno. Lo malo es que no era el único peligro. También estaba la Montaña Rusa. Para sortearla, propuso el Water Shoot, al que subieron en un ascensor. Desde lo alto de la torre, bajaron en un bote, a gran velocidad, por un tobogán, hasta el lago. Pasaron por el Disco de la Risa, se fotografiaron en motocicletas Harley Davidson y en aeroplanos pintados en telones y, más allá del teatro de títeres, donde tres músicos tocaban Cara sucia, vieron un quiosco de bloques de piedra gris, en papier mache, que por la forma y por las dos efinges, a los lados de la puerta, recordaba una tumba egipcia.

­Es acá­dijo Salcedo y señaló el quiosco.

En el frontispicio leyeron: El Nóumeno y, a la derecha, en letras más chicas: de M. Cánter. Un instante después un viejito de mal color se les acercó para preguntar si querían entradas. Arribillaga pidió seis.

­¿Cuánto tiempo va a estar cada uno adentro?­preguntó Arturo.

­Menos de un cuarto de hora. Más de diez minutos­contestó el viejo.

­Bastan cinco entradas. Si me alcanza el tiempo compro la mía.

­¿Usted es Cánter?­preguntó Amenábar.

­Sí­dijo el viejo­. No, por desgracia, de los Cánter de La Sin Bombo, sino de unos más pobres, que vinieron de Alemania. Tengo que ganarme la vida vendiendo entradas para este quiosco. ¡Seis, mejor dicho cinco, miserables entradas, a cincuenta centavos cada una!

­¿Ahora no hay nadie adentro?­preguntó Dillon.

­No.

­Y aparte de nosotros, nadie esperando. Le tomaron miedo a su Nóumeno.

­No veo por qué­replicó el viejo.

­Por lo que salió en los diarios.

­El señor cree en la letra de molde. Si le dicen que alguien entró en este quiosco de lo más campante y salió con la cabeza perdida, ¿lo cree? ¿No se le ocurre que detrás de toda persona hay una vida que usted no conoce y tal vez motivos más apremiantes que mi Nóumeno, para tomar cualquier determinación?

Arturo preguntó:

­¿Cómo se le ocurrió el nombre?

­A mí no se me ocurrió. Lo puso un periodista, por error. En realidad, el Nóumeno es lo que descubre cada persona que entra. Y, a propósito: ¡Adelante, señores, pasen! Por cincuenta centavos conocerán el último adelanto del progreso. Tal vez no tengan otra oportunidad.

­Deséenme buena suerte­dijo Carlota.

Saludó y entró en el Nóumeno. Arturo la recordaría en esa puerta, como en una estampa enmarcada: el pelo castaño, los ojos azules, la boca imperiosa, el vestido blanquísimo. Salcedo preguntó a Cánter:

­¿Por qué dice que tal vez no haya otra oportunidad?

­Algo hay que decir para animar al público ­explicó el viejo, con una sonrisa y una momentánea efusión de buen color, que le dio aire de resucitado­. Además, la clausura municipal está siempre sobre nuestras cabezas.

­¿Cabezas? ­preguntó Arturo­. ¿Las suyas o las de todos?

­Las de todos los que recibimos la visita de señores que viven de las amenazas de clausura. Los señores inspectores municipales.

­Una verguenza­dijo Salcedo, gravemente.

­Hay que comer­dijo el viejo.

Después de Cara Sucia, los de al lado tocaron Mi noche triste. Arturo pensó que por culpa de ese tango, que siempre lo acongojaba un poco, estaba nervioso porque la chica no salía del Nóumeno. Por fin salió y, como todos la miraban inquisitivamente, dijo con una sonrisa:

­Muy bien. Impresionante.

Arturo pensó "Le brillan los ojos".

­Acá voy yo­exclamó Salcedo y, antes de entrar, se volvió y murmuró:­No se vayan.

­Felice morte­gritó Arribillaga.

Carlota pasó al lado de Arturo y dijo en voz baja:

­Vos no entres.

Antes que pudiera preguntar por qué, ella se trabó en una conversación con Amenábar. El tono en que había dicho esas tres palabras le recordó tiempos mejores.

En el teatro de títeres tocaban otro tango. Cuando Salcedo salió del Nóumeno, entró Amenábar. Arribillaga preguntó:

­¿Qué tal?

­Nada extraordinario­contestó Salcedo.

­Explicame un poco ­dijo Dillon­. Ahí adentro ¿consigo un dato para el domingo?

­Creo que no.

­Entonces no me interesa. Casi me alegro.

­Yo, en cambio, me alegro de haber entrado. Hay una especie de máquina registradora, pero de pie, y una sala, o cabina, de biógrafo, que se compone de una silla y de un lienzo que sirve de pantalla.

­Te olvidás del proyector­dijo Carlota.

­No lo vi.

­Yo tampoco, pero el agujero está detrás de tu cabeza, como en cualquier sala, y al levantar los ojos ves el haz de luz en la oscuridad.

­La película me pareció extraordinaria. Yo sentí que el héroe pasaba por situaciones idénticas a las mías.

­¿Concluyó bien?­preguntó Carlota.

­Por suerte, sí­dijo Salcedo­. ¿Y la tuya?

­Depende. Según interpretes.

Salcedo iba a preguntar algo, pero Carlota se acercó a Amenábar, que salía del quiosco, y le preguntó cuál era su veredicto.

­Yo ni para el Nóumeno tengo veredictos. Es un juego, un simulacro ingenioso. Una novedad bastante vieja: la máquina de pensar de Raimundo Lulio, puesta al día. Casi puedo asegurar que mientras uno se limite a las teclas correspondientes a su carácter, la respuesta es favorable; pero si te da por apretar la totalidad de las teclas correspondientes a las virtudes, la inmediata respuesta es Hipócrita, Ególatra, Mentiroso, en tres redondelitos de luz colorada.

­¿Hiciste la prueba?­preguntó Carlota.

Riendo, Amenábar contestó que sí y agregó:

­¿Te parece poco serio? A mí me pareció poco serio el biógrafo. Qué cinta. Como si nos tomaran por sonsos.

Después de mirar el reloj Arturo dijo:

­Yo me voy.

­¿No me digas que te asusta el Nóumeno? ­preguntó Dillon.

­La verdad que esa puerta alta y angosta le da aspecto de tumba­dijo Salcedo.

Carlota explicó:

­Tiene que tomar el tren de las cinco.

­Y antes pasar por casa, a recoger la valija ­agregó Arturo.

­Le sobra el tiempo­dijo Salcedo.

­Quién sabe ­dijo Amenábar­. Con la huelga no andan los tranvías y casi no he visto automóviles de alquiler ni coches de plaza.

Lo que vio Arturo al salir del Parque Japonés le trajo a la memoria un álbum de fotografías de Buenos Aires, con las calles desiertas. Para que esas pruebas documentales no contrariaran su convicción patriótica de que en las calles de nuestra ciudad había mucho movimiento, pensó que las fotografías debieron de tomarse en las primeras horas de la mañana. Lo malo es que ahora no era la mañana temprano, sino la tarde.

No había exagerado Amenábar. Ni siquiera se veían coches particulares. ¿lba a largarse a pie, a Constitución? Una caminata, para él heroica, no desprovista de la posibilidad de llegar después de la salida del tren. "¿Dónde está ese ánimo? ¿Por qué pensar lo peor?", se dijo. "Con un poco de suerte encontraré algo que me lleve a Constitución." Hasta Cerrito, bordeó el paredón del Central Argentino, volviendo todo el tiempo la cabeza, para ver si aparecía un coche de plaza o un automóvil de alquiler. "A este paso, antes que las piernas se me cansa el pescuezo." Dobló por Cerrito a la derecha, subió la barranca, siguió rumbo al barrio sur. "Desde el Bajo y Callao a Constitución habrá alrededor de cuarenta cuadras", calculó. "Más vale dejar la valija." Lo malo era que de paso dejaría La ciudad y las sierras, que estaba leyendo. Para recoger la valija, tendría seis cuadras hasta su casa, en la calle Rodríguez Peña y, ya con la carga a cuestas, las seis cuadras hasta Cerrito y todas las que faltaban hasta Constitución. "Otra idea", se dijo, "sería irme ahora mismo a casa, recostarme a leer La ciudad y las sierras frente al ventilador y postergar el viaje para mañana; pero, con la huelga, quién me asegura que mañana corran los trenes. No hay que aflojar aunque vengan degollando". Nadie venía degollando, pero la ciudad estaba rara, por lo vacía, y aún le pareció amenazadora, como si la viera en un mal sueño. "Uno imagina disparates, por la cantidad de rumores que oye sobre desmanes de los huelguistas." A la altura de Rivadavia, pasó un taxímetro Hispano Suiza. Aunque iba libre, continuó la marcha, a pesar de su llamado. "A lo mejor el chófer está orgulloso del auto y no levanta a nadie."

Poco después, al cruzar Alsina, vio que avanzaba hacia él un coche de plaza tirado por un zaino y un tordillo blanco. Arturo se plantó en medio de la calle, con los brazos abiertos, frente al coche. Creyó ver que el cochero agitaba las riendas, como si quisiera atropellarlo, pero a último momento las tiró para atrás, con toda la fuerza, y logró sujetar a los caballos. Con voz muy tranquila, el hombre preguntó:

­¿Por suerte anda buscando que lo maten?

­Que me lleven.

­No lo llevo. Ahora vuelvo a casa. A casita, cuanto antes.

­¿Dónde vive?

­Pasando Constitución.

­No tiene que desandar camino. Voy a Constitución.

­¿A Constitución? Ni loco. La están atacando.

­Me deja donde pueda.

Resignado, el cochero pidió:

­Suba al pescante. Si voy con pasajero y nos encontramos con los huelguistas, me vuelcan el coche. Que lleve a un amigo en el pescante, ¿a quién le interesa? Hay que cuidarse, porque la Unión de Choferes apoya la huelga.

­Usted no es chofer, que yo sepa.

­Tanto da. Caigo en la volteada como cualquiera.

Por Lima siguieron unas cuadras. Arturo comentó:

­Corre aire acá. Uno revive. ¿Sabe, cochero, lo que he descubierto?

­Usted dirá.

­Que se viaja más cómodo en coche que a pie.

El cochero le dijo que eso estaba muy bueno y que a la noche iba a contárselo a la patrona. Observó amistosamente:

­La ciudad está vacía, pero tranquila.

­Una tranquilidad que mete miedo­aseguró Arturo.

Casi inmediatamente oyeron detonaciones y el silbar de balas.

­Armas largas­dictaminó el cochero.

­¿Dónde?­preguntó Arturo.

­Para mí, en la plaza Lorea. Vamos a alejarnos, por si acaso.

En Independencia doblaron a la izquierda y después, en Tacuarí, a la derecha. Al llegar a Garay, Arturo dijo:

­¿Cuánto le debo? Bajo acá.

­Vamos a ver: ¿viajó, sí o no, en el asiento de los amigos?­Sin esperar respuesta, concluyó el cochero:­Nada, entonces.

Porque faltaba la desordenada animación que habitualmente había en la zona, la mole gris amarillenta de la estación parecía desnuda. Cuando Arturo iba a entrar, un vigilante le preguntó:

­¿Dónde va?

­A tomar el tren­contestó.

­¿Qué tren?

­El de las cinco, a Bahía Blanca.

­No creo que salga­dijo el vigilante.

"Con tal que atiendan en la boletería", se dijo Arturo. Lo atendieron, le dieron el boleto, le anunciaron:

­El último tren que corre.

En el momento de subir al vagón se preguntó qué sentía. Nada extraordinario, un ligero aturdimiento y la sospecha de no tener plena conciencia de los actos y menos aún de cómo repercutirían en su ánimo. Era la primera vez, desde que ella lo dejó, que salía de Buenos Aires. Había pensado que la falta de Carlota sería más tolerable si estaban lejos.

Se encontró en el tren con el vasco Arruti, el de la panadería La Fama, reputada por la galleta de hojaldre, la mejor de todo el cuartel séptimo del partido de Las Flores. Arturo preguntó:

­¿Llegamos a eso de las ocho y media?

­Siempre y cuando no paren el tren en Talleres y nos obliguen a bajar.

­¿Vos creés?

­La cosa va en serio, Arturito, y en Talleres hay muchos trabajadores. Nos mandan a una vía muerta, si quieren.

­No sé. Los trabajadores están cansados.

Pasaron de largo Talleres y Arruti dijo:

­Tengo sed.

­Vayamos al vagón comedor.

­Ha de estar cerrado.

Estaba abierto. Pidió Arturo una Bilz, y un Pernod Arruti, que explicó:

­Lo que tomábamos con tu abuelo, cuando iba a la estancia, a jugar a la baraja.

­Eso fue en los último años de mi abuelo.

­Antes lo acompañabas a cazar.

De nuevo hablaron de la huelga. Con algún asombro, Arturo creyó descubrir que Arruti no la condenaba y le preguntó:

­¿No estás en contra de la huelga porque pensás que de una revolución va a salir un gobierno mejor que el de ahora?

­No estoy loco, che­replicó Arruti­. Todos los gobiernos son malos, pero a un mal gobierno de enemigos prefiero un mal gobierno de amigos.

­¿El que tenemos es de enemigos?

­Digamos que es de tu gente, no de la mía.

­No sabía que vos y yo fuéramos enemigos.

­No lo somos, Arturo, ni lo seremos. Ni tú ni yo estamos en política. Una gran cosa.

­Sin embargo, apostaría que tomamos las ideas más a pecho que los políticos.

­Esa gente no cree en nada. Sólo piensan en abrirse paso y mandar.

Imaginó cómo iba a referirle a Carlota esta conversación. Recordó, entonces, lo que había pasado. Se dijo: "Debo sobreponerme", pero tuvo sentimientos que tal vez correspondieran a una frase como: "¿Para qué vivir si después no puedo comentar las cosas con Carlota?".

Arruti, que era un vasco diserto, habló de su infancia en los Pirineos, de su llegada al país, de sus primeras noches en Pardo, cuando se preguntaba si el rumor que oía era del viento o de un malón de indios.

A ratos Arturo olvidó su pena. Lo cierto es que el viaje se hizo corto. A las ocho y media bajaron en la estación Pardo.

­Seguro que Basilio vino con el break­ dijo­. ¿Te llevo?

­No, hombre­contestó Arruti­. Vivo demasiado cerca. Eso sí: una tarde caigo de visita en la estancia. Esta vuelta vas a quedarte más de lo que tienes pensado.

Basilio, el capataz, los recibió en el andén. Preguntó:

­¿Qué tal viaje tuvieron?­y agregó después de agacharse un poco y llevar la mirada a una y otra mano de Arturo­: ¿No olvidaste nada, Arturito?

­Nada.

­¿Qué debía traer?­preguntó Arruti.

­Siempre viene con valijas cargadas de libros. Hay que ver lo que pesan.

Arruti se despidió y se fue. Arturo preguntó:

­¿Cómo andan por acá?

­Bien. Esperando el agua.

­¿Mucha seca?

­Se acaba el campo, si no llueve.

Emprendieron el largo trayecto en el break. Hubo conversación, por momentos, y también silencios prolongados. Todavía no era noche. Distraídamente Arturo miraba el brilloso pelo del zaino, la redondez del anca, el tranquilo vaivén de las patas, y pensaba: "Para vida agitada, el campo. Uno se desvive porque llueva o no llueva, o porque pase la mortandad de los terneros... Lo que es yo, no voy a permitir que me contagien la angustia". Iba a agregar "por lo menos hasta mañana a la mañana", cuando se acordó de la otra angustia y se dijo: "Qué estúpido. Todavía tengo ganas de hacerme el gracioso".

Llegaron a la estancia por la calle de eucaliptos. Era noche cerrada. La casera le tendió una mano blanda y dijo:

­Bien ¿y usted? ¿Paseando?

En el patio había olor a jazmines; en la cocina y el cuartito de la caldera, olor a leña quemada; en el comedor, olor a la madera del piso, del zócalo, de los muebles.

Poco después de la comida, Arturo se acostó. Pensaba que lo mejor era aprovechar el cansancio para dormirse cuanto antes. Un silencio, apenas interrumpido por algún mugido lejano, lo llevó al sueño.

Vio en la oscuridad un telón blanco. De pronto, el telón se rajó con ruido de papel y en la grieta aparecieron, primero, los brazos extendidos y después la querida cara de Carlota, aterrada y tristísima, que le gritaba su nombre en diminutivo. Repetidamente se dijo: "No es más que un sueño. Carlota no me pide socorro. Qué absurdo y presuntuoso de mi parte pensar que está triste. Ha de estar muy feliz con el otro. Al fin y al cabo este sueño no es más que una invención mía". Pasó el resto de la noche en cavilaciones acerca del grito y de la aparición de Carlota. A la mañana, lo despertó la campanilla del teléfono.

Corrió al escritorio, levantó el tubo y oyó la voz de Mariana, la señorita de la red local de teléfonos, que le decía:

­Señor Arturo, me informan de la oficina de la Unión Telefónica de Las Flores que lo llaman de Buenos Aires. Se oye mal y la comunicación todo el tiempo se corta. ¿Paso la llamada?

­Pásela, por favor.

Oyó apenas:

­Un rato después de salir del Parque Japonés... Imagino cómo te caerá la noticia... Encontraron el cuerpo en la gruta de las barrancas de la Recoleta.

­¿El cuerpo de quién? ­gritó Arturo­. ¿Quién habla?

No era fácil de oír y menos de reconocer la voz entrecortada por interrupciones, que llegaba de muy lejos, a través de alambres que parecían vibrar en un vendaval. Oyó nuevamente:

­Después de salir del Parque Japonés.

El que hablaba no era Dillon, ni Amenábar, ni Arribillaga. ¿Salcedo? Por eliminación quizá pareciera el más probable, pero por la voz no lo reconocía. Antes que se cortara la comunicación, oyó con relativa claridad:

­Se pegó un balazo.

La señorita Mariana, de la red local, apareció después de un largo silencio, para decir que la comunicación se cortó porque los operarios de la Unión Telefónica se plegaron a la huelga. Arturo preguntó:

­¿No sabe hasta cuándo?

­Por tiempo indeterminado.

­¿No sabe de qué número llamaron?

­No, señor. A veces nos llega la comunicación mejor que a los abonados. Hoy, no.

Después de un rato de perplejidad, casi de anonadamiento, por la noticia y por la imposibilidad de conseguir aclaraciones, Arturo exclamó en un murmullo: "No puede ser Carlota". La exclamación velaba una pregunta, que formuló con miedo. El resultado fue favorable, porque la frase en definitiva expresaba una conclusión lógica. Carlota no podía suicidarse, porque era una muchacha fuerte, consciente de tener la vida por delante y resuelta a no desperdiciarla Si todavía quedaba en el ánimo de Arturo algún temor, provenía del sueño en que vio la cara de Carlota y oyó ese grito que pedía socorro. "Los sueños son convincentes", se dijo, "pero no voy a permitir que la superstición prevalezca sobre la cordura. Es claro que la cordura no es fácil cuando hubo una desgracia y uno está solo y mal informado". De pronto le vinieron a la memoria ciertas palabras que dijo Dillon, cuando iban al Parque Japonés. Tal vez debió replicarle que el suicida es un individuo más impaciente que filosófico: a todos nos llega demasiado pronto la muerte. Recapacitó: "Sin embargo fui atinado en no insistir, en no dar pie para que Dillon dijera de nuevo que pegarse un tiro era la mejor solución. No creo que lo haya hecho... Si me atengo a lo que dijo en broma, o en serio, podría pegarse un tiro después de perder en el hipódromo. Ayer no fue al hipódromo, porque no era domingo". En tono de intencionada despreocupación agregó: "¿Qué carrerista va a matarse en vísperas de carreras?"

¿Quiénes quedaban? " ¿Amenábar? No veo por qué iba a hacerlo. Para suicidarse hay que estar en la rueda de la vida, como dicen en Oriente. En la carrera de los afanes. O haber estado y sentir desilusión y amargura. Si no se dejó atrapar nunca por el juego de ilusiones ¿por qué tendría ahora ese arranque?" En cuanto a Carlota, la única falta de coherencia que le conocía era Salcedo. Algo que lo concernía tan íntimamente quizá lo descalificara para juzgar. Si la imaginaba triste y arrepentida hasta el punto de suicidarse, caería en la clásica, y sin duda errónea, suposición de todo amante abandonado. Pensó después en Arribillaga y en sus ambiciones, acaso incompatibles: un perfecto caballero y un popular caudillo político. Por cierto, el más frecuente modelo de perfecto caballero es un aspirante a matón siempre listo a dar estocadas al primero que ponga en duda su buen nombre y también dispuesto a defender, sin el menor escrúpulo, sus intereses. Es claro que el pobre Arribillaga quería ser un caballero auténtico y un político merecidamente venerado por el pueblo y tal vez ahora mismo jugara con la idea de empuñar el volante de su Pierce Arrow y darse una vuelta por la fábrica de Vasena y arengar a los obreros huelguistas. ¿Y Perucho Salcedo? "Supongamos que no fue el que llamó por teléfono: ¿tenía alguna razón para suicidarse? ¿Un flanco débil? ¿La deslealtad con un amigo? Birlar la mujer del amigo ¿es algo serio? Además ¿cómo opinar sin saber cuál fue la participación de la mujer en el episodio?" Se dijo: "Mejor no saberlo".

A lo largo del día, de la noche y de los tres días más que pasó en el campo, Arturo muchas veces reflexionó sobre las razones que pudo tener cada uno de los amigos, para matarse. En algún momento se abandonó a esperanzas no del todo justificadas. Se dijo que tal vez fuera más fácil encontrar un malentendido en la comunicación telefónica del viernes, que una razón para matarse en cualquiera de ellos. Sin duda la comunicación fue confusa, pero el sentido de algunas frases era evidente y no dejaba muchas esperanzas: "Imagino cómo te caerá la noticia", "encontraron el cuerpo en la gruta de la Recoleta", "se pegó un balazo". También se dijo que llevado por una impaciencia estúpida emprendió esa investigación y que más valía no seguirla. Quizá fuera menos desdichado mientras no identificara al muerto.

En la última noche, en un sueño, vio un salón ovalado, con cinco puertas, que tenían arriba una inscripción en letras góticas. Las puertas eran de madera rubia, labrada, y todo resplandecía a la luz de muchas lámparas. Porque era miope debió acercarse para leer, sobre cada puerta, el nombre de uno de sus amigos. La puerta que se abriera correspondería al que se había matado. Con mucho temor apoyó el picaporte de la primera, que no cedió, y después repitió el intento con las demás. Se dijo: "Con todas las demás", pero estaba demasiado confuso como para saberlo claramente. En realidad no deseaba encontrar la puerta que cediera.

A la mañana le dijeron que se había levantado la huelga y que los trenes corrían. Viajó en el de las doce y diez.

Apenas pasadas las cinco, bajaba del tren, salía de Constitución, tomaba un automóvil de alquiler. Aunque nada deseaba tanto como llegar a su casa, dijo al hombre:

­A Soler y Aráoz, por favor.

En ese instante había sabido cuál de los amigos era el muerto. La brusca revelación lo aturdió. El chófer trató de entablar conversación: preguntó desde cuándo faltaba de la capital y comentó que, según decían algunos diarios, se había levantado la huelga, lo que estaba por verse. Quizás en voz alta Arturo pensó en el suicida. Murmuró:

­Qué tristeza.

No le quedó recuerdo alguno del momento en que bajó del coche y caminó hacia la casa. Recordó, en cambio, que abrió el portón del jardín y que la puerta de adentro estaba abierta y que de pronto se encontró en la penumbra de la sala, donde Carlota y los padres de Amenábar estaban sentados, inmóviles, alrededor de la mesita del té. Al ver a su amiga, Arturo sintió emoción y alivio, como si hubiera temido por ella. Trabajosamente se levantaron la señora y el señor. Hubo saludos; no palmadas ni abrazos. Ya se preguntaba si lo que había imaginado sería falso, cuando Carlota murmuró:

­Traté de avisarte, pero no conseguí comunicación.

­Creo que me llamó Salcedo. No estoy seguro. Se oía muy mal.

La señora le sirvió una taza de té y le ofreció tostadas y galletitas. Después de un rato anunció Carlota:

­Es tarde. Tengo que irme.

­Te acompaño­dijo Arturo.

­¿Por qué se van tan pronto?­preguntó la señora­. Mi hijo no puede tardar.

Cuando salieron, explicó la muchacha:

­La madre se niega a creer que el hijo ha muerto. Me parece natural. Es lo que todos sentimos. ¿Por qué no quiso vivir?

­Amenábar era el único de nosotros que no se permitía incoherencias



Yo, Bioy Casares
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Novela:De un mundo a otro.Adolfo Bioy Casares

I
Después de que almorzaran en un restaurante de la calle Guido fue a dormir la siesta con su novia Margarita, en casa de ella. Esa tarde, parecida a tantas otras en que Margarita durmió entre sus brazos, de algún modo fue excepcional: jamás como entonces Javier Almagro tuvo la convicción de que Margarita se le entregaba tan enteramente. Por algo se dice que para todo, en este mundo, hay un término. A las cuatro y media de la tarde, puntualmente, se levantaron, se vistieron y cada cual partió a sus obligaciones: ella, a dar el último examen de la carrera de astronauta; Almagro, a la redacción del diario en que trabajaba.

Seguro de que Margarita había aprobado su examen, Almagro dejó pasar horas antes de felicitarla. A eso de las once de la noche trató de llamarla por teléfono. Mientras formulaba mentalmente una excusa para su tardanza, oía el consabido, insistente, rumor de llamada... Tuvo que resignarse a una desagradable conclusión: Margarita había salido. ¿Adónde? ¿Con quién? Por más que se repetía: "Margarita me quiere", "Margarita no me engaña", "Margarita es leal", desesperó. Emprendió obstinadas idas y venidas, levantó los brazos y meció los pocos pelos de su cabeza. Comprendió que no toleraba la situación, que un remedio provisorio, pero remedio al fin, sería meterse en un cinematógrafo. Vio en el diario que en el Astral había función de trasnoche. Reflexionó: "Pasando de una función de cine a otra, el mismo camino hacia la muerte sería, para mí, llevadero". Se largó, pues, al Astral.

Mientras miraba por la ventanilla del taxi que lo llevaba, ocurrió un hecho extraño. Al ver el comportamiento normal de la gente en la calle, pensó que él era el único trastornado y logró reaccionar. Esforzándose un poco, razonó: que Margarita no estuviera en su casa no era prueba de que estuviera con otro hombre. Las palabras "otro hombre" despertaron pasajeramente su ansiedad.

En el hall del Astral tuvo que esperar un rato, hasta que la función anterior concluyera. De pronto vio con alivio que los acomodadores abrían las puertas y, en seguida, empezó a salir un río de gente un poco deslumbrada por la luz del hall y seguramente comentando la película que habían visto. Súbitamente la escena se animó. Sorprendido, atónito, vio con desesperación lo que había imaginado: a dos pasos de él, hablando animadamente con un desconocido, pasó Margarita.


II

Desayunaron en La Rambla, como todos los días. En un tono que pretendía ser despreocupado, Javier comentó:

-Ayer a la tarde, después de la siesta, creí que ibas a dar un examen (en ese momento, sin advertirlo, levantó la voz), pero no que ibas a encontrarte con un hombre.

Sonriente, nada perturbada, Margarita le tomó las manos y dijo: -Si lo que te importa es que no te haya engañado, no te hagas mala sangre. Nunca he sentido ganas de engañarte. Si alguna vez me da por ahí, te avisaré.

La última frase disgustó un poco a Javier, pero entendió que debía dejarla pasar. No pudo, sin embargo, omitir la pregunta:

-¿Quién es el individuo que te acompañaba?

-Un muchacho de la facultad. No te preocupes. No me gusta.

Como si tuviera un arranque de inspiración, Javier arremetió con una arenga que sin duda ella estaría cansada de oírle: esencialmente consistía en asegurar que si ella lo quisiera como él la quería serían felices.

-Lo somos- aseguró Margarita y, mirándolo con ternura, explicó:

-Yo creo que tuve mucha suerte de encontrarte, pero a veces desearía que hubieras aparecido en mi vida un poco después. Soy muy joven, hay una sola vida y no quisiera morir sin haberla vivido plenamente; pero no hagas caso de lo que te digo. Nunca me consolaría si te perdiera.
III
Esa misma tarde Javier consiguió que el director del diario lo recibiese. El personaje es bastante ridículo: tiene una barriga prominente y con sus brazos cortos, sus piernas largas, parece una rana; es flaco, se diría contraído, y a cada rato se agita en contorsiones nerviosas, que han de ser intentos de aflojarse. Según Javier, todo pretexto es bueno para irritar al director; pero nada lo irrita como la entrevista pedida por cualquier persona que trabaja en el diario. Cuando Javier le dijo que se había enterado de que el gobierno respaldaba un proyecto de lanzar una nave a un vuelo interplanetario, estremeciéndose de furia el hombre exclamó:

-Este país no tiene arreglo. Cuando hay tanto por hacer, ¡gastar millones en semejante fantochada!

Javier tuvo que hacer un esfuerzo para no renunciar a su propuesta. Dijo: -En mi modesta opinión, prestigiaría al diario que uno de sus cronistas viajara en esa nave y enviara notas exclusivas...

-Su modesta opinión me tiene sin cuidado -replicó el director-. Por nada permitiré que mi diario se haga cómplice de tan absurdo proyecto.



Yo, Bioy Casares

Prólogo a "La invención de Morel"

Stevenson, hacia I882, anotó que los lectores británicos desdeñaban un poco las peripecias y opinaban que era muy hábil redactar una novela sin argumento, o de argumento infinitesimal, atrofiado. José Ortega y Gasset ­La deshumanización del arte, I925­trata de razonar el desdén anotado por Stevenson y estatuye en la página 96, que "es muy difícil que hoy quepa inventar una aventura capaz de interesar a nuestra sensibilidad superior", y en la 97, que esa invenaión "es prácticamente imposible". En otras páginas, en casi todas las otras páginas, aboga por la novela "psicológica" y opina que el placer de las aventuras es inexistente o pueril. Tal es, sin duda, el común parecer de 1882, de I925 y aún de I940. Algunos escritores (entre los que me place contar a Adolfo Bioy Casares) creen razonable disentir. Resumiré, aquí, los motivos de ese disentimiento.

El primero (cuyo aire de paradoja no quiero destacar ni atenuar) es el intrinseco rigor de la novela de peripecias. La novela característica, "psicológica", propende

a ser informe. Los rusos y los discípulos de los rusos han demostrado hasta el hastío que nadie es imposible: suicidas por felicidad, asesinos por benevolencia, personas que se adoran hasta el punto de separarse para siempre, delatores por fervor o por humildad... Esa libertad plena acaba por equivaler al pleno desorden. Por otra parte, la novela "psicológica" quiere ser también novela "realista": prefiere que olvidemos su carácter de artificio verbal y hace de toda vana precisión (o de toda lánguida vaguedad) un nuevo toque verosímil. Hay páginas, hay capítulos de Marcel Proust que son inaceptables como invenciones: a los que, sin saberlo, nos resignamos como a lo insípido y ocioso de cada día. La novela de aventuras, en cambio, no se propone como una transcripción de la realidad: es un objeto artificial que no sufre ninguna parte injustificada. El temor de incurrir en la mera variedad sucesiva del Asno de Oro, de los siete viajes de Simbad o del Quijote, le impone un riguroso argumento.

He alegado un motivo de orden intelectual; hay otros de carácter empírico. Todos tristemente murmuran que nuestro siglo no es capaz de tejer tramas interesantes; nadie se atreve a comprobar que si alguna primacia tiene este siglo sobre los anteriores, esa primacía es la de las tramas. Stevenson es más apasionado, más diverso, más lúcido, quizá más digno de nuestra absoluta amistad que Chesterton; pero los argumentos que gobierna son inferiores. De Quincey, en noches de minucioso terror, se hundió en el corazón de laberintos , pero no amonedó su impresión de unutterable and self-repeating infinities en fábulas comparables a las de Kafka. Anota con justicia Ortega y Gasset que la "psicología" de Balzac no nos satisface; lo mismo cabe anotar de sus argumentos. A Shakespeare, a Cervantes, les agrada la antinómica idea de una muchacha que, sin disminución de hermosura, logra pasar por hombre; ese móvil no funciona con nosotros. Me creo libre de toda superstición de modernidad, de cualquier ilusión de que ayer difere íntimamente de hoy o diferirá de mañana; pero considero que ninguna otra época posee novelas de tan admirable argumento como The turn of the screw, como Der Prozess, como Le Voyageur sur la terre, como ésta que ha logrado, en Buenos Aires, Adolfo Bioy Casares.

Las ficciones de índole policial­otro género típico de este siglo que no puede inventar argumentos­refieren hechos misteriosos que luego justifica e ilustra un hecho razonable; Adolfo Bioy Casares, en estas páginas, resuelve con felicidad un problema acaso más dificil. Despliega una Odisea de prodigios que no parecen admitir otra clave que la alucinación o que el símbolo, y plenamente los descifra mediante un solo postulado fantástico pero no sobrenatural. El temor de incurrir en prematuras o parciales revelaciones me prohíbe el examen del argumento y de las muchas delicadas sabidurías de la ejecución. Básteme declarar que Bioy renaueva literariamente un concepto que San Agustín y Orígenes refutaron, que Louis Auguste Blanqui razonó y que dijo con música memorable Dante Gabriel Rossetti:

I have been here before,

But when or how I cannot tell:

I know the grass beyond the door,

The sweet keen smell,

The sighing sound, the lights around the shore...

En español, son infrecuentes y aún rarisimas las obras de imaginación razonada. Los clásicos ejercieron la alegoría, las exageraciones de la sátira y, alguna vez, la mera incoherencia verbal; de fechas recientes no recuerdo sino algún cuento de Las fuerzas extrañas y alguno de Santiago Dabove: olvidado con injusticia. La invención de Morel (cuyo título alude filialmente a otro inventor isleño, a Moreau) traslada a nuestras tierras y a nuestro idioma un género nuevo.

He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releido; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta.

Jorge Luis Borges


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Novela:La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares

Edición electrónica (texto completo)


Adolfo Bioy Casares (1914-1999) es uno de los más brillantes representantes de la generación argentina de entreguerras, ligada a la gran revista Sur, que adquirió resonancia internacional. Al grupo pertenecían, entre otros, Jorge Luis Borges, Victoria y Silvina Ocampos (con la que se casaría Bioy), Eduardo Mallea, José Bianco, Oliverio Girando, etc. Fue Bioy colaborador estrecho de Borges, con quien compuso algunas obras, y es, como Borges, uno de los padres de la literatura fantástica contemporánea en castellano. Recibió el Premio Cervantes en 1990.
Entre sus novelas y cuentos de asunto fantástico destacan La trama celeste, La invención de Morel, Diario de la guerra del cerdo, Un campeón desparejo, Una muñeca rusa

RESUMEN ARGUMENTAL

Un fugitivo de la justicia, arbitrariamente condenado, arriba a una isla desierta, o casi, y allí conoce a un grupo de personas, o de supuestas personas, entre las cuales él destaca a una hermosa mujer, Faustine. Pero nadie nota su presencia y se da cuenta de que todo se repite: las acciones, los diálogos, incluso el sol y la luna (hay dos soles, dos lunas). Morel, un científico que habita en la isla,comunica al fugitivo su invento: ha creado una máquina que puede reproducir todos los sentidos juntos. Su único inconveniente es que, para reproducir a un ser, éste debe morir. El fugitivo pone en marcha la máquina y se graba durante una semana al lado de Faustine; muere, pero será inmortal en la eterna repetición de la imagen.

VALORACIÓN

La invención de Morel , una novela corta, está considerada un clásico de la ciencia ficción: ciencia ficción es la máquina inmortalizadora de Morel. Bioy no recurre,como Mary Shelley, al mito de Frankestein; se vale del cine: La máquina que inventa Morel ---ha escrito el autor--- registra a una persona en el momento en que es filmada No pretende otra eternidad. Morel registra una semana de vida en la isla: él, Faustine y sus amigos vivirán, para siempre, esa semana. Mediante el cine Bioy revive el viejo sueño de la inmortalidad. También el mito nietzscheano del eterno retorno. Octavio Paz ha dicho al respecto: El tema de Adolfo Bioy Casares no es cósmico sino metafísico: el cuerpo es imaginario y obedecemos a la tiranía de un fantasma. El amor es una percepción privilegiada, la más total y lúcida, no solo de la irrealidad del mundo, sino también de la nuestra: corremos tras de sombras, pero nosotros también somos sombras

Borges equiparaba la grandeza y originalidad del argumento de Bioy a las grandes invenciones de Henri James o Kafka. Pero es una obra muy triste, como confirma el ruego último del fugitivo, ya convertido en espectro: Al hombre que, basándose en este informe, invente una máquina capaz de reunir las presencias disgregadas, haremos una súplica. Busquemos a Faustine y a mí, hágame entrar en el cielo de la conciencia de Faustine. Será un acto piadoso

Fuente:
Madri+d Reseñas. Sección dirigida por Miguel García-Posada
http://www.madrimasd.org/cienciaysociedad/Resenas/novelas/Novela.asp?id=122
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Yo, Bioy Casares

cuento:La salvación

Ésta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente. Mientras abundaba en explicaciones técnicas y disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora. Comprendió la causa. "¿Cómo un ser tan ínfimo" -sin duda estaba pensando el tirano- "es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?" Entonces un pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo salvaría. "Por humildes que sean" -dijo indicando al pájaro- "hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros".
Fin
yo, Bioy Casares

Conversando con Bioy Casares.Una Entrevista de Tomás Barna

Una Invitación al Viaje
Una Entrevista de Tomás Barna

"El mar, como un espejo, con sus volados blancos de espuma,
me besaba los pies. Yo he nacido en América y me gustan los mares."
(Del cuento "La Red", de Silvina Ocampo)

"Y la nave va" (como diría Fellini). Eso: navegar. Emprender un viaje hacia lo descocido, hacia el interior del ser, es la odisea a la que uno presiente que se entregará al ir al encuentro de Adolfo Bioy Casares. Mientras atravesábamos los jardines de La Recoleta, con Hernán Isnardi, dejando atrás el legendario edificio circular del "Palais de Glace" (ah, Cadícamo, D'Agostino y Angelito Vargas!), el corazón ya comenzaba a ejercer su taquicardia y el delirio de la inminente travesía se apoderaba de nosotros. Es que estábamos a dos pasos del piso de la calle Posadas en el que se alberga ese espíritu puro, ese insólito demiurgo llamado Bioy Casares.Ya penetramos en el ámbito del escritor. Atravesamos salas inmensas que poseen el misterio del tiempo detenido. Y, de pronto, nos asalta una extraña amalgama de zozobra, de fervor y de emoción que —por un instante— nos alucina, hasta que nuestro interminable desplazamiento por los salones nos conduce al ansiado encuentro con el maestro.Sentado, junto al escritorio, descubrimos a un hombrecillo delgado, frágil, de mirada dulce, que nos está esperando. Tras el saludo, de inmediato, él logra desvanecer la incertidumbre que nos atenaceaba.Su cordialidad, su calidez, su tenue voz y sus modales tan sencillos, nos despojan del estado de tensión en que nos hallábamos. A los pocos segundos de haber comenzado a conversar con él, nos da la impresión de conocernos hace muchos años. Se establece entre los tres una corriente fraterna, un maravilloso lazo de amistad. Es el encuentro de espíritus afines! Y ahí reside el poder de aniquilar el tiempo!

Con Adolfo Bioy Casares —caminante de los rincones más bellos de Buenos Aires, de sus barios, sus plazas y parques y navegante de mares y continentes— nos entregamos a un viaje iniciático, sin lugar a dudas, gracias a la profundidad de su pensamiento y a la proyección de su riqueza espiritual.

Conversando Con Bioy Casares:
T.B.- En un capítulo del Libro "Gog", Giovanni Papini llegó a sugerir que resultaría más fácil, más accesible y más exacto escribir la historia comenzando por el presente y así llegar hasta el principio de la misma. Intentemos seguir ese procedimiento al recorrer su trayectoria literaria, Bioy Casares. Una de la obras más recientes es de carácter epistolar y la ha titulado "En Viaje". ¿Qué lo motivó para escribir esas páginas, y qué significa viajar para usted?Bioy Casares.- Esas páginas las escribí porque tengo la costumbre de escribir todos los días. No quiero interrumpir esa costumbre, y en este caso se trata de una literatura epistolar que le iba contando a otras personas. Ahora estoy bastante solo en el mundo porque no tengo ni mi hija ni mi mujer, entonces escribo diarios de viaje. Tengo seguramente una superstición de escritor. Creo que un día que no se escribe es un día perdido. Comprendo que es absurdo; que la gente estará encantada en que yo pierda muchísimos días, pero tengo esa sensación y por eso escribo siempre.

T.B.- Hablando de viaje, ¿qué opina del "viaje interior" que más de un ser humano suele emprender?

Bioy Casares.- La aspiración es que el viaje exterior sea un viaje interior y se enriquezca con las reflexiones o con lo que valga de esa persona que está escribiéndolo.

T.B.- ¿Vivir... es una aventura excitante que culmina en un inaceptable fracaso —según piensan aquéllos que temen el final de la travesía porque allí nos acecha la muerte— o es un don misterioso que la naturaleza o (para la mayoría) Dios nos ha otorgado?

Bioy Casares.- Son las dos cosas. La experiencia me ha enseñado que mientras el hombre vive es feliz, y la vida me exalta. Yo me despierto y veo la luz del día, y es un milagro que de nuevo tengamos un nuevo día para vivir. A parte de eso me parece que la vida es muy dura y no me gusta nada la idea de la muerte. Tengo bastante miedo y me gustaría vivir muchos años. Estaría dispuesto a firmar un contrato para vivir quinientos años y lo firmaría enseguida.


T.B.- Entre la infinitud de temas que ha abordado en sus obras —Bioy Casares— refulgen la MUERTE y el TIEMPO. Y estoy pensando, especialmente, en tres creaciones suyas que fueron llevadas al cine: "EL PERJURIO DE LA NIEVE" —con el título de "EL CRIMEN DE ORIBE"-...Bioy Casares.- Mucho mejor título.T.B.- El suyo es más poético.

Bioy Casares.- No. El mío es más pretencioso.

T.B.- La palabra nieve y perjurio dan un sentido poético muy grande. Por lo menos así lo siento.

Bioy Casares.- Bueno, estoy muy agradecido.

T.B.- Esa fue la primera película que dirigió Torre Nilsson, y lo hizo en colaboración con su padre, Torre Ríos. Me pareció una versión acertada. En ella actuaban Carlos Thomson, Roberto Escalada, María Concepción César y el actor Raúl de Lange. Recuerdo ese filme y "LA INVENCIÓN DE MOREL" —una sugestiva adaptación de un realizador italiano—.

Bioy Casares.- A mí me pareció visualmente riquísima pero un poco tediosa. Un señor Lamelas va a hacer una nueva versión con Karen Black, en Portugal. Los productores son belgas. Yo me voy el 12 de mayo (1997) para tener una conversación con David Lamelas, en Rotterdam.

T.B.- Así que reaparecerá Karen Black, una actriz que me gusta mucho y estaba un tanto olvidada.

Bioy Casares.- A mí también me gusta mucho. Además ella ha hecho otro trabajo en esta película. Tradujo la novela al inglés para el guión. Y tiene un buen final. Porque la versión anterior tiene un final catastrófico, sin acción. Y no puede existir un final cinematográfico así, sino que tiene que ser con vida. Los personajes se convierten en seres vivos.

T.B.- La tercera película a la que me refería era "EL SUEÑO DE LOS HEROES" —hablando de los temas de la MUERTE y el TIEMPO—. Esta novela suya inspiró a Sergio Renán para dirigir su película con el mismo título. entonces me gustaría que se explayara un poco más sobre el significado que tiene para usted la muerte.

Bioy Casares.- La muerte... realmente no me gusta nada. Como le dije estaría dispuesto a postergar la mía a costa de cualquier peripecia que tenga que pasar en esta vida. Ahora, como efecto literario o en una película, puede ser eficaz.

T.B.- Le resulta difícil asumir la idea de la muerte.

Bioy Casares.- Me parece raro. Estoy tan ocupado con las cosas de la vida, que pensar que haya un momento que todo cese... En fin, estoy interesado en el futuro, y al mismo tiempo digo: "a mi edad el futuro es muy peligroso; puede estar esperándome para darme un mazazo".
T.B.- Claro que están también los que adoptan la posición de que la muerte —al fin y al cabo— forma parte de la vida; es un accidente más de nuestra existencia, como puede ser el sueño. Pero —eso sí— uno teniendo conciencia de lo que es la vida no puede aceptar fácilmente la muerte.


Bioy Casares.- Por supuesto.

T.B.- ¿Y el TIEMPO? ¿Existe realmente el tiempo?

Bioy Casares.- ¿Será la cuarta dimensión, o no lo será?

T.B.- A mí me preocupa mucho el tema del tiempo.

Bioy Casares.- ¡A mí también!

T.B.- Y no sé hasta donde no hemos sido nosotros los que inventamos la idea del tiempo desde el punto de vista metafísico. Lo sentimos como si fuera una suerte de referencia que necesitamos, pero que en realidad no existe. Lo que existe es la ETERNIDAD. Y todo es un PRESENTE CONTINUO.

Bioy Casares.- Claro. Es como si fuéramos en un tren. Primero tenemos llovizna, después tenemos una lluvia muy fuerte, y después nos caen piedras... Es una continuidad.

T.B.- ¿Cuáles son, para usted, los límites entre la REALIDAD y la APARIENCIA?

Bioy Casares.- ¡Caramba, que preguntas tan rígidas me hace?

T.B.- Si es que hay algún límite entre ambas.

Bioy Casares.- ¿La apariencia será muy distinta a la realidad, o será otra forma de la realidad?

T.B.- Al referirse a su novela "LA INVENCIÓN DE MOREL"... Octavio Paz dijo que "el tema no era cósmico sino metafísico" ¿qué opina usted de esto?.

Bioy Casares.- A Octavio lo conozco de toda la vida, y no sé muy bien que ha querido decir con esto.

T.B.- La SOLEDAD y el DESENCUENTRO entre los seres humanos son dos constantes de sus novelas y de sus cuentos. ¿Por qué tenemos que vivir abrumados por esos dos factores de desdicha?

Bioy Casares.- Yo, entre mis libros, prefiero "DORMIR AL SOL", porque de algún modo siento que eso me representa de un modo más auténtico, porque "LA INVENCIÓN DE MOREL" y "EL SUEÑO DE LOS HEROES" son bastante trágicos, y yo si bien tengo una mente pesimista... tengo un temperamento más bien optimista y despreocupado. Esos libros, me parece, que corresponden más a la obra mía.

T.B.- ¿Qué le impulsó a escribir esa novela cruel, en la que narra hechos muy factibles, titulada "DIARIO DE LA GUERRA DEL CERDO" (que también fue adaptada al cine)?

Bioy Casares.- Lo que le puedo decir es que un día se me ocurrió escribir una novela que se pareciera un poco a las películas cómicas que se veían antes en los cines, precediendo a la función verdadera. Iba a tener a jóvenes atléticos persiguiendo a viejos gordos y pesados. Iba a ser más bien cómico. Pensando en la historia llegué a la conclusión de que podría ser también una reflexión sobre la vida, y algo más digno que ese film cómico que yo pensaba hacer; entonces salió este libro que creo tiene la ventaja de ser una novela —una verdadera novela, a diferencia de otras novelas mías que son cuentos largos—. Y veo , ahora, con cierto desagrado, que está hecho... Es un libro...

T.B.- ¡Terrible! Pero al mismo tiempo hay una vibración humana muy profunda en ese libro, como contraste de toda esa crueldad manifestada por los personajes jóvenes de la obra. Y ahora pasemos a una pregunta de respuesta ardua —o quizá no tanto—: ¿Dios existe o es un ente de razón surgido de la imaginación del hombre?

Bioy Casares.- Para mí es un ente de razón. Me parece un monosílabo que ha tenido un éxito extraordinario.

T.B.- Este es un toque de humor notable. En fin, digamos que el tema de Dios es una preocupación más.

Bioy Casares.- Así es.

T.B.- ¿Qué es peor: la estupidez o la maldad?

Bioy Casares.- Sin mucha convicción defenderé la estupidez. La maldad me parece realmente horrible, y me parece también una forma de estupidez. Pienso que el malo se engaña a sí mismo.

T.B.- El estúpido es más inocente.

Bioy Casares.- Claro, Es más inocente.

T.B.- Las consecuencias de sus actos pueden ser, a veces, tan trágicas como las de los actos cometidos por el malo.

Bioy Casares.- Y cuando se dan ambas —la estupidez y la maldad— en un mismo ser, las consecuencias serán espantosas.

T.B.- Hay quienes consideraron a su obra literaria como fantástica; otros metafísica. No faltan los que sostienen que entra en lo sobrenatural. Están los que aseguran que es surrealista, y también aquellos que no vacilan en afirmar que, en muchas de sus páginas, destellos románticos. ¿De qué carácter la considera usted?

Bioy Casares.- Yo creo que lo que entendemos nosotros por literatura fantástica corresponde a lo que es mi obra, o si no a algo que no me gusta nada, que es la ciencia-ficción. Cuando leo libros de ciencia-ficción generalmente me parecen malos o no me interesan. Y tengo la melancólica convicción de que se me ocurren historias de ciencia-ficción con bastante frecuencia.

T.B.- Jamás se me ocurrió, leyendo su obra, pensar en que era de ciencia-ficción, a pesar de que haya quienes pudieran asociarlo a ella.Entre su múltiple temática —Bioy Casares— surgen, felizmente con frecuencia, el AMOR y la AMISTAD. ¡Háblenos de esas dos vibraciones humanas!

Bioy Casares.- Sí. Creo que uno de los caracteres mejores que tenemos los argentinos es una propensión a la amistad. Me parece que es lo que puede ayudarnos a lo largo de la vida. Sin duda tener amigos como referencia, que uno pueda pensar que están ahí siempre, es muy importante. Y en cuanto al amor, es una especie de locura agradable que le toca a uno, donde uno puede tomar cualquier decisión de la que después se arrepentirá toda la vida —o no—, pero cuando se está en ese globo ficticio que lo rodea al amor... uno puede ser feliz tomando cualquier decisión —como le digo—. Después puede tener consecuencias catastróficas para la vida.

T.B.- Pero tal vez uno de los factores importantes del amor es que se vive eso con plenitud.

Bioy Casares.- Desde luego. Eso compensa todo. Además, convengamos que la vida si pasara sin amor nos parecería una vida perdida, terrible. No hay la menor duda.

T.B.- Es vivir poco y nada.

Bioy Casares.- Poco y nada. Claro.

T.B.- Usted ha escrito con Silvina Ocampo la novela "LOS QUE AMAN, ODIAN", y con Jorge Luis Borges más de una obra —con distintos seudónimos, entre ellos el de H. BUSTOS DOMECQ.-¿Cómo fueron esas experiencias?

Bioy Casares.- Fue muy agradable, desde luego, escribir juntos. Con Borges todo empezó así: Mis tíos, Casares, que tenían "La Martona" que era una lechería muy importante de acá, me encargaron —un poco como para estimularme en la literatura, aunque parezca un tanto absurdo— un folleto sobre las virtudes de la leche cuajada y el yogurt. Pagaban $ 16.- la página, que era bastante dinero. Yo sabía que Borges estaba pasando momentos de estrechez económica y le propuse que hiciéramos eso juntos. Nos fuimos a la estancia de los Bioy, que tenían en el partido de Las Flores. La casa estaba casi destruida. Hacía muchos años que habíamos arrendado el campo, y era una casa muy vieja, de 1837. El único cuarto que estaba más o menos bien era el comedor, con una chimenea. Hacía un frío tremendo. Entonces tomábamos cocoa muy espesa, y escribíamos el folleto sobre el yogurt. Aburridos por el tema, pensábamos qué bueno sería escribir, un día, cuentos. Entregados a eso, pasaron años, y un día —en casa de mis padres en la Av. Quintana 174— estaba Borges y le dije: "¡Caramba, por qué no cumplimos el deseo que teníamos entonces y escribimos algún cuento!". Nos pusimos a escribir cuentos y nos pasó... como le puedo decir..., recibimos la lección, porque Borges y yo —cada uno por su lado— estábamos convencidos de que uno escribía lo que quería. Llamábamos eso: literatura deliberada. Y nos pusimos a escribir cuentos, y no escribimos lo que queríamos sino que nos dejamos llevar por las bromas, nos perdíamos el relato, uno le preguntaba al otro: "¿cómo salimos ahora de esta situación, que hacemos con este personaje?". Y pasamos de escribir cuentos relativamente legibles, como los de "SEIS PROBLEMAS PARA DON ISIDRO PARODI", a cuentos casi ilegibles. Después dejamos por un tiempo eso, y —conteniéndonos, con un gran esfuerzo— escribimos "CRONICAS DE BUSTOS DOMECQ", que creo es el libro más logrado de los que hemos escrito entre los dos.

T.B.- ¿Y con Silvina?

Bioy Casares.- Con Silvina, nuestra costumbre era quedarnos en Mar del Plata después de la estación de verano. Nos quedábamos hasta mayo, algo así. Hacía mucho frío. Había muchos días de tormenta, entonces nos quedábamos en la casa mucho tiempo, y se nos ocurrió que podíamos escribir esta historia que no sé (si ella o yo) quién la inventó. Fue casi una cosa milagrosa, entre los dos; la escribimos con muchísimo placer, en muy poco tiempo. Y me arrepiento siempre de no haber insistido para hacer de nuevo otros libros con ella.

T.B.- Además de usted, entre los escritores argentinos más relevantes incluyo a Borges, Mallea, Arlt, Cortazar, Macedonio Fernández, Marechal y Juan Filloy. Si no es mucho pedirle ¿podría decir dos palabras sobre cada uno de ellos?

Bioy Casares.- Sobre Cortazar le voy a contar que estando él en Francia y yo en Buenos Aires escribimos un cuento idéntico. Empezaba la acción en el vapor de la Carrera —como se llamaba entonces— que salía de Buenos Aires a las 10 de la noche y llegaba a la mañana siguiente a Montevideo. El protagonista iba al hotel Cervantes, que casi nadie conoce. Y así, paso a paso, todo era similar, lo que nos alegró a los dos. Realmente nos queríamos mucho con Cortazar. Hemos sido muy muy amigos, habiéndonos visto cinco o seis veces en la vida.

T.B.- Con él no era muy difícil hacer buenas migas, por su forma de ser, cuando él encontraba un espíritu sensible y afín.

Bioy Casares.- Sí. No era difícil cuando encontraba un espíritu afín, pero le puedo decir que era bastante bravo; mucho más que yo.

T.B.- Y ahora .. algo sobre Borges.

Bioy Casares.- Con Borges hemos sido tan amigos que me cuesta hablar de él sin que interfiera ese sentimiento, pero puede estar seguro que lo considero un escritor maravilloso. Además, creo que escribió cada vez mejor. Sus poemas de juventud, que tienen tanto éxito, nunca me gustaron y se lo decía a él; y le digo que estaba de acuerdo conmigo.

T.B.- En su último período de escritor su literatura era prácticamente conversacional, de gran fluidez.(Hernán Isnardi —quién nos acompaña en este encuentro— acota que Borges decía que "LA INVENCION DE MOREL" era una novela perfecta, y que fue escrita cuando Bioy Casares tenía sólo 26 años).

Bioy Casares.- Sí, él dijo: "la trama es perfecta, pero el estilo no lo es".T.B.- Me emociona y admiro esa sinceridad, esa espontaneidad, en usted.Bioy Casares.- No me cuesta nada, es natural.

T.B.- En un creador de su jerarquía, de su renombre internacional, esa modestia, esa humildad, revela una profunda pureza.

Bioy Casares.- Muchas gracias. Hablando de Borges debo decir que era bastante pícaro también. Cuando yo estaba escribiendo "LA INVENCIÓN DE MOREL", un día, estábamos charlando muy despreocupadamente, y le di el libro para viera el primer capítulo. Vi en la cara de Borges un rictus de disgusto que trató de ocultar, y se puso a leer. Desde ese día, nunca más le di nada para leer, ni él me dio nada suyo.Ahora, de libros que íbamos a escribir, sí, nos contábamos siempre el argumento porque es grato. Que le cuenten a uno una historia es muy lindo. Entonces si se me ocurría algo a mí: "mirá, ¿qué te parece, puedo escribir algo sobre esto?" y se lo contaba a él; y él conmigo hacía lo mismo.

T.B.- Siguiendo el itinerario de los nombres que enuncié, pasemos a Roberto Arlt.

Bioy Casares.- Me gusta mucho. Lo descubrí hace bastante tiempo. Fue un motivo de desacuerdo un poco con Borges, aunque "EL JUGUETE RABIOSO" le gustaba a él mucho. Tengo recuerdos de leerlo en el bosque de Palermo. Me gustó mucho, siempre.

T.B.- ¿Y Leopoldo Marechal?

Bioy Casares.- Confieso que me gusta menos. Su obra me parece un poco empacada

.T.B.- Vayamos ahora a Macedonio Fernández y a Juan Filloy.

Bioy Casares.- Macedonio Fernández me parece ilegible. Creo que debía ser un sabio oral, pero que no ha dejado casi nada que se pueda leer.

T.B.- Un tanto inaccesible quizá.

Bioy Casares.- Inaccesible. Y Filloy me parece una persona sumamente inteligente, pero que sus textos son un poco engorrosos. Ya le digo: estoy más seguro de la inteligencia de Filloy, toda la vida, que de la de Macedonio. Macedonio era una persona que veía el lado ridículo de algo y acertaba para decir una frase que era verosímil y cómica al mismo tiempo. Pero Filloy me parece que va más adentro. Es más sólido.

T.B.- ¿Y Eduardo Mallea?

Bioy Casares.- Yo tenía mucha simpatía por la persona de Mallea y lo admiraba también como hombre, por su integridad y por su inteligencia. A mí me parecía que en é pasaba algo mágico pero malo; que esa inteligencia no le permitía escribir —no sé por qué milagro— libros buenos. "CHAVES", de toda la obra de Mallea, es el libro que más me gusta.T.B.- ¿Y su primer libro de cuentos?Bioy Casares.- "CUENTOS PARA UNA INGLESA DESESPERADA". Sí, ese libro me gusta mucho.

T.B.- Pienso que tal vez lo que le molesta de Mallea es que su obra es sumamente densa.

Bioy Casares.- Sí, debe ser eso. Y —pobre— fue muy muy triste la vida de Mallea. Mientras fue Director del suplemento de literario de "La Nación" lo aduló todo Buenos Aires. Y, de pronto, nadie lo aduló más. Lo olvidaron. Y eso lo entristeció mucho e los últimos años de su vida. Yo he estado con él bastante frecuentemente. Hemos sido miembros de jurados, juntos, y pude ver la melancolía que tenía ese hombre.

T.B.- A través de su obra —Bioy Casares— se desprende un soplo de amor por Buenos Aires y por el tango. ¿Qué hay de cierto en esta apreciación?

Bioy Casares.- Sobre el tango puedo decirle que me gustan los tangos viejos: "Entrada Prohibida", "Hotel Victoria", "La Payanca", "El Apache Argentino", "La Morocha". Bueno, le he dado unos cuantos; quiero decir, los de esa época. Era la Guardia Vieja. Y... Buenos Aires, creo conocerla bastante. He caminado mucho por Buenos Aires. He caminado por Parque Chacabuco, he caminado por Plaza Irlanda, he caminado por el Parque Saavedra, por el Parque Lezama, por todos lados, y le he ido tomando el gusto a una ciudad que he querido siempre. He nacido acá; es la ciudad que más me gusta del mundo, pero a veces quiero irme de Buenos Aires para poder cambiar.

T.B.- ¿Será verdad eso tan mentado —desde hace algunos años— de la pérdida de identidad de los argentinos? ¡Se habla tanto de eso! ¿Qué piensa al respecto?

Bioy Casares.- Yo creo que, por fortuna, la identidad que tenemos es más bien grata. Lamentamos que mucha gente no corresponde a esa idea del argentino que nos hacemos, pero siempre tiene que ser así; no somos muñecos hechos con un mismo molde.

T.B.- Yo pienso que no es cierto. Que la identidad no la hemos perdido. Lo que sucede es que muchos no tienen conciencia de esa identidad.

Bioy Casares.- Es muy probable. Me parece bien.

T.B.- ¿Llegamos al fin del VIAJE que emprendimos gracias a este encuentro, o VIAJAR ES UNA AVENTURA SIN FINAL?

Bioy Casares.- Sí, esperemos que sea una aventura sin final. Me gusta más así.

T.B.- Sería hermoso, ¿no es cierto?

Bioy Casares.- ¡Sería hermoso,claro que sí!

Abril de 1997

Cuento:Margarita o el poder de la farmacopea

No recuerdo por qué mi hijo me reprochó en cierta ocasión:

-A vos todo te sale bien.

El muchacho vivía en casa, con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menor, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía:

-No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente.

-El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho -contestaba.

-Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad.

-No el triunfo -me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones.

A pesar de su inteligencia, mi nuera no lograba convencerme. En busca de culpas examiné retrospectivamente mi vida, que ha transcurrido entre libros de química y en un laboratorio de productos farmacéuticos. Mis triunfos, si los hubo, son quizá auténticos, pero no espectaculares. En lo que podría llamarse mi carrera de honores, he llegado a jefe de laboratorio. Tengo casa propia y un buen pasar. Es verdad que algunas fórmulas mías originaron bálsamos, pomadas y tinturas que exhiben los anaqueles de todas las farmacias de nuestro vasto país y que según afirman por ahí alivian a no pocos enfermos. Yo me he permitido dudar, porque la relación entre el específico y la enfermedad me parece bastante misteriosa. Sin embargo, cuando entreví la fórmula de mi tónico Hierro Plus, tuve la ansiedad y la certeza del triunfo y empecé a botaratear jactanciosamente, a decir que en farmacopea y en medicina, óiganme bien, como lo atestiguan las páginas de "Caras y Caretas", la gente consumía infinidad de tónicos y reconstituyentes, hasta que un día llegaron las vitaminas y barrieron con ellos, como si fueran embelecos. El resultado está a la vista. Se desacreditaron las vitaminas, lo que era inevitable, y en vano recurre el mundo hoy a la farmacia para mitigar su debilidad y su cansancio.

Cuesta creerlo, pero mi nuera se preocupaba por la inapetencia de su hija menor. En efecto, la pobre Margarita, de pelo dorado y ojos azules, lánguida, pálida, juiciosa, parecía una estampa del siglo XIX, la típica niña que según una tradición o superstición está destinada a reunirse muy temprano con los ángeles.

Mi nunca negada habilidad de cocinero de remedios, acuciada por el ansia de ver restablecida a la nieta, funcionó rápidamente e inventé el tónico ya mencionado. Su eficacia es prodigiosa. Cuatro cucharadas diarias bastaron para transformar, en pocas semanas, a Margarita, que ahora reboza de buen color, ha crecido, se ha ensanchado y manifiesta una voracidad satisfactoria, casi diría inquietante. Con determinación y firmeza busca la comida y, si alguien se la niega, arremete con enojo. Hoy por la mañana, a la hora del desayuno, en el comedor de diario, me esperaba un espectáculo que no olvidaré así nomás. En el centro de la mesa estaba sentada la niña, con una medialuna en cada mano. Creí notar en sus mejillas de muñeca rubia una coloración demasiado roja. Estaba embadurnada de dulce y de sangre. Los restos de la familia reposaban unos contra otros con las cabezas juntas, en un rincón del cuarto. Mi hijo, todavía con vida, encontró fuerzas para pronunciar sus últimas palabras.

-Margarita no tiene la culpa.

Las dijo en ese tono de reproche que habitualmente empleaba conmigo.



yo,Bioy Casares

Borges visto por Bioy Casares, literatura y amistad en un diario

próximo 19 de octubre la editorial Destino saca a la venta un libro que ahonda en la relación humana y profesional de los dos literatos argentinos ·· Diálogos, críticas y maledicencias, en este repaso por la historia de la cultura

CARMEN SIGÜENZA • MADRID
Borges y Bioy Casares fueron dos grandes amigos, dos grandes literatos argentinos, un astro y un satélite que desde que se conocieron en 1931 no se separaron. Ahora sale a calle el diario de más de 1.600 páginas que Bioy escribió a lo largo de medio siglo sobre sus conversaciones con Borges.
Un libro que supone todo un acontecimiento literario por todo lo que revela y que con el nombre de Borges de Bioy Casares estará en las librerías el próximo día 19, publicado por Destino.
Y es que no hay nadie mejor que Casares para hablar de Borges porque, además de ser grandes amigos, compartían el hecho creativo, incluso llegaron a escribir un texto juntos, aunque nada literario y serio, ya que se trataba de una recomendación publicitaria sobre la cuajada.
"Bioy ha sido muy bueno y muy indulgente conmigo. Él es una persona para la cual mi vida no tiene secretos", decía Jorge Luis Borges.
Y tanto es así, que no queda rendija por la que no se cuele el ojo fino y escrutador de Casares, dando como resultado un montón de páginas con las que el lector podrá comprender mejor los textos del autor de El Aleph, conocer detalles de su vida cotidiana, sus preocupaciones, amores, manías, controversias literarias –ambos no dejan títere con cabeza–, o su angustia ante el progreso de su ceguera.
Un texto que el propio Bioy empezó a preparar en 1997, hasta antes de morir en 1999, con Daniel Martino, su albacea, y recogido de sus agendas y apuntes.
En este diario, Bioy Casares anotó todas las noches que Borges cenó en su casa, durante cuarenta años, a veces una o a veces dos y tres por semana.
Diálogos literarios, chismes, complicidad, agudas críticas, reconocimientos, complejos, vida y literatura. Todo un repaso por la historia de la cultura, durante medio siglo, y de la humanidad que ha sido reunido en este inmenso volumen lleno de ironía y juego literario.
La mayoría de los diarios que se abren por fechas, se inician con "Borges viene a cenar", o "comemos en casa de Borges".
Con respecto al Nobel, Borges dice: "Los premios no ayudan en la posteridad a nadie", y refiriéndose a Juan Ramón Jiménez, al que no valoraba y con el que no ahorraba maledicencia, añade: "Qué vergüenza para Estocolmo... primero da el premio a Gabriela (Mistral) ahora a Juan Ramón. Son mejores para inventar la dinamita que para dar premios".
Thomas Mann, un idiota
A Thomas Mann, Borges le considera "un idiota", y en 1956 dice que "es curioso el caso" de Ernesto Sabato: "Ha escrito poco, pero ese poco es tan vulgar que nos abruma con una obra copiosa". También dice "Qué puede saber de nada un bruto como Hegel" o que "Marinero en Tierra", de Alberti es "una porquería".
En otro momento Bioy recuerda que Faulkner, en un artículo, dijo que la mejor ocupación para un escritor era la de regente de prostíbulo: "Se puede trabajar todo el día, de noche hay ocupaciones". Borges dice: "Está bien Faulkner escribiendo eso". Bioy: "Sí, sobre todo si uno recuerda que un escritor no es nada, si no es su conciencia".
Martes, 28 de agosto, de 1956, Bioy escribe: "Como no recordé que Borges volvía hoy de Santa Fe, no le invité a comer. Me parece cuando lo llamo que está un poco resentido por mi olvido. A veces tiene una susceptibilidad extrema, casi femenina".
Borges decide casarse a los 68 años con una mujer ya madura, Elsa Astete, que conoció en su juventud. Leonor, la madre de Borges, le pregunta a Bioy qué le parece. Bioy anota: "Vieja, de piel grisácea; en actitud de sierva enamorada postrada de admiración ante el ídolo potencialmente díscolo". Luego el 6 de enero de 1970, Bioy ya ve que María Kodama puede "salvar" a Borges de Elsa, aunque después también la criticará
duramente.
Así, miles de frases y textos con un Borges antiperonista que escribe, en 1969: "Buena parte de la historia argentina ocurrió entre gangsters" .
Fuen te:Galicia_Hoxe

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